LA EDUCACIÓN INTERCULTURAL, una poderosa herramienta en la construcción de identidad y reconciliación
Hay una deuda con nuestros pueblos originarios y se debe resolver construyendo el puente para cruzar el río ahora que se abrió el camino.
09 Julio, 2017
Soy una absoluta convencida de que sí se puede transformar la sociedad peruana sin dejar de lado nuestras raíces ni ocultarlas con artificios que mellan nuestra autoestima y dañan nuestro espíritu. Tan solo hay que mirar mejor y reconocer que siempre, espíritu y autoestima, han estado frente a nuestros ojos, manifestados en una riqueza cultural vibrante, llena de conocimientos, sabores y olores, artes y lenguas que hacen posible la lectura profunda del Perú. Mas la negación de nosotros mismos ha dañado mucho nuestra convivencia y evitado una sincera reconciliación.
Los pueblos y sus culturas, junto a nuestra biodiversidad, es lo más valioso y lo más rico que tenemos aquí y más allá, especialmente en esos confines infinitos donde las cordilleras casi tocan el cielo y las selvas relucen con la magia que se yergue cadenciosa y nos invita a conectarnos, a escuchar atentamente y trascender. El cambio es posible sin renunciar a lo que heredamos y poseemos en nuestro ADN, misteriosa información que se verbaliza y se convierte en conocimiento. No solo es ancestral, no solo pertenece al pasado. Está presente y vigente. Existe.
Una tarde de domingo, en una pequeña comunidad enclavada en la selva alta, un niño que cantaba mientras se balanceaba en su hamaca, cautivó mi espíritu. Su voz, en perfecta sincronía con la naturaleza, tenía inflexiones que evocaban un manantial de agua fresca, un ave sostenida en las ramas de un árbol cósmico que, cómplice y silencioso, saboreaba esa voz arrullada por la suavidad del medio día, y cuyo eco me transportaba a los confines de mi propia existencia.
El niño cantaba en idioma shawi. Siempre me resultó curiosa esa distinción que se hace entre un idioma y un dialecto, para mí representan lo mismo: comunican e interactúan y crean sociedades parlantes que se entrelazan a través de sonidos y frecuencias. Estaba yo, entonces, en la Comunidad Shawi Angaiza, un diminuto caserío de 20 familias que conviven con la Cordillera Escalera, región San Martín.
Esa tarde, mientras el niño cantaba y, sin tomar ayahuasca, me transportaba al paraíso, tuve una visión: la certeza de que era necesario trabajar con estos y por estos niños que representan las futuras generaciones de los 1500 pueblos indígenas amazónicos; esas generaciones que a través de sus cantos nos comunicarían la importancia de mantener la sabiduría ancestral, ese conocimiento en diálogo directo con la naturaleza y que vincula a los seres humanos como parte del ecosistema conviviendo en perfecto balance con las demás especies.
Ese niño hizo posible que la visión se convirtiera en realidad y esa realidad se transformara en acciones concretas: Una educación bilingüe intercultural para todas las comunidades Shawi de la región San Martín. Gracias al pequeño cantor, la población más olvidada y menos atendida de los tres pueblos indígenas que habitan la región se llenó de esperanza. Las acciones fueron puntuales desde el 2013: proveer de mobiliario escolar a las comunidades más remotas, nueve en total con un promedio de 22 niños por comunidad asistiendo regularmente a la escuela y garantizando que más profesores bilingües fueran contratados por la Ugel. En el 2016 completamos la décima comunidad, construyendo una hermosa escuela de 1ro a 5to grado, integrada.
Hablamos de equidad e inclusión pero no llegamos a oír a los indígenas, ni el Estado ni la sociedad civil lo hace. Sin embargo, otro hermoso ejemplo que recibí de los shawi fue de sus líderes y padres de familia. Siendo una sociedad que conserva fuertemente sus tradiciones, su lengua y sus sistemas de vida, me impresionó la visión a futuro de sus líderes. Apenas vocalizando pocas palabras en castellano, dieron a sus niños y niñas la libertad de asistir a la escuela inicial y primaria juntos. Todo un ejemplo de equidad de género e inclusión. La inclusión entendida primero en su propio universo social; el ser incluidos en la sociedad nacional con igualdad de derechos y oportunidades es aún una tarea pendiente.
No hay romanticismo en la descripción: las condiciones son agrestes, precarias y complejas; pero no importa, pues cuando miro a estos niños asistiendo a la escuela, tímidos algunos, alborozados otros, percibo en ellos el mejor ejemplo de equidad, inclusión y valoración que podemos recibir nosotros mismos, y la lección viene esta vez de las profundidades de la selva, de ciudadanos que habitan el monte.
Ser testigo de esta sociedad indígena tradicional donde todos los niños y niñas en edad escolar asisten a la escuela primaria –incluyendo adolescentes de 16 y 17 años– me conmueve y me inspira: el que hayan accedido a una educación formal, intercultural e inclusiva me asombra.
Los ciudadanos shawi nos están dando el ejemplo, pero aún estamos en la fase I de implementación e infraestructura. Las alianzas estratégicas con las Unidades de Gestión Educativa –nuestros principales aliados– mejorarán paulatinamente la calidad de enseñanza intercultural-bilingüe. Las técnicas para medir la eficiencia del maestro en aula aparecerán recién en la fase II. Es un “hueso duro de roer” pues se trata de entrenarlos más y pagarles mejor; valor agregado muy necesario en la educación intercultural y parte importante de la construcción de nuestra identidad.
Hay una deuda con nuestros pueblos originarios y se debe resolver construyendo el puente para cruzar el río ahora que se abrió el camino. ¿Representa esto un desafío? Sí, y también una oportunidad. Aproximarnos con respeto a esa “otra realidad cultural” y apreciarla es aceptar que también es nuestra y esta es la mejor manera de reconciliarnos y apreciarnos a nosotros mismos. No es PRETENDER SER, es simplemente SER.
EDA ZAVALA LÓPEZ