LA AGRICULTURA EN EL PERÚ ANTIGUO

En la historia de la humanidad fue la agricultura la innovación que permitió el sedentarismo pleno

18 Febrero, 2017

En la historia de la humanidad fue la agricultura la innovación que permitió el sedentarismo pleno, la revolución de mayores consecuencias que implicó nuevas formas de organización social al mismo tiempo que se produjeron cambios en las especies seleccionadas; ese giro solo fue posible luego de fundirse los hielos de la última glaciación, hace 10000 años. En ese remoto tiempo los continentes ya estaban poblados por tribus nómadas, y en Sudamérica rasgos raciales de distintas procedencias se habían mezclado en el largo viaje migratorio. La agricultura surgió entonces de manera simultánea en distintas regiones del globo, por lo tanto la gran herencia tiene correlatos que corresponden a cada uno de los focos de civilización mundial.

En el panorama de las civilizaciones originarias destaca la diversidad agraria lograda en el área andina. Mientras en Europa y Oriente fueron  trigo y arroz monocultivos extensivos, en el antiguo Perú se prestó especial cuidado la variabilidad y adaptación. Las excavaciones arqueológicas han reconocido longevos procesos de domesticación que se iniciaron simultáneamente en varias regiones. Aldeas como Nanchoc, Gavilanes o Chilca hace 8000 años, dieron pasos en la horticultura que antecedieron y permitieron el surgimiento de los centros ceremoniales más antiguos de la costa, como Ventarrón, Sechín Bajo y Caral hace 5000 años; en todos se encontraron restos de zapallos, camote, calabaza, guaba, lúcuma, palta y ají. Sin embargo se debe reconocer que en esta época la domesticación del algodón para textilería y fabricación de redes, unida a la extraordinaria riqueza del mar, fueron el impulso tecnológico motor de la complejidad social; las redes facilitaron la captura de peces y el intercambio de excedentes productivos. Los frutos de la agricultura y pesca fueron procesados mediante secado y salado facilitando el transporte y la preservación en forma de harinas.

Si durante el periodo Formativo Inicial entre el 3000 a 1500 a.C. se había desarrollado la horticultura y la industrialización del algodón en los valles de la costa, fue durante la siguiente etapa del Formativo, relacionada a la cultura Cupisnique, cuando surge  la agricultura de riego, solventando la construcción de majestuosos templos -que rivalizaban en monumentalidad- y la interacción mediante arte y religión sumamente complejos, con deidades agrarias y rituales de culto a la fertilidad y fecundidad. Estas amalgamaron un sistema cultural que tuvo en Chavín de Huántar el mayor exponente de la época, pero también el inicio de su decadencia. A la crisis causada por los efectos climáticos, el centralismo religioso y la introducción foránea de la metalurgia de cobre que representó una nueva  revolución tecnológica, se sobrepuso el resurgimiento de estados regionales, herederos de la tradición Cupisnique y Chavín. En esta gran época, que podría comparase con el periodo clásico de otras civilizaciones del orbe, destacó  la cultura Mochica, que de la mano de la metalurgia optimizó el desarrollo agrícola basado en irrigación mediante extensos canales que cubrieron hasta las zonas de los valles hoy marginales. La  ingeniería hidráulica se aplicó también al riego de parcelas, con surcos en meandro que evitaban la erosión del terreno permitiendo sedimentación y mayor captación de nutrientes. Se puede observar en los dibujos plasmados sobre cerámica asociaciones de cultivos que se protegían unos a otros de plagas y malezas, balanceando el desgaste del suelo con siembra de leguminosas y rotaciones. Este elevado perfeccionamiento explica el auge de los reinos mochicas, la monumentalidad de los templos, la riqueza y suntuosidad de sus élites gobernantes. Complejos rituales y sofisticadas expresiones artísticas fueron posibles gracias al gran avance de la agricultura en los valles las más extensos y fértiles de la costa norte, cultivables luego de una intensa trasformación que demandó siglos de trabajo y planificación.

En el arte alfarero mochica son frecuentes las representaciones de diversos productos agrícolas: maíz, papas, camotes, yuca, zapallos de distintas variedades; frutas como pepinos y lúcuma son presentados de modo naturalista. Otras veces esos mismos vegetales asumen aspectos diversos: formas de aves, monos, venados, hombres, cabezas, personajes o escenas complejas tomadas del repertorio iconográfico expresarían complejas metáforas referidas al mundo mítico de sus orígenes; las papas representan esta fantástica metamorfosis inspirada en las formas que tienen esos tubérculos, figurando búhos, patos y gaviotas, monos en diferentes acciones, hombres en actitud de súplica o cargando talegos, otras formas abigarradas mezclan diversos seres; de esta manera relacionaban simbólicamente ciertos animales, personajes y escenas míticas con el mundo subterráneo donde se formaban los tubérculos, origen de la vida y morada de los muertos. Esas imágenes tendrían la misma motivación ceremonial descrita en el siglo XVII por el cronista Bernabé Cobo (1956 II: 166): “En tiempo de la cosecha viendo las papas llamadas llallahuas, que son de diferente forma que las demás, mazorcas de maíz u otras legumbres de diversa hechura que las otras, las solían adorar besándolas, bebiendo y bailando y haciendo otras ceremonias particulares de veneración”.

Una de las costumbres que sorprendió a los colonizadores españoles en América fue que los nativos se rehusaban a beber agua pura, tomando en cambio chicha de distintas variedades y grados de fermentación; Bernabé Cobo relata que había que forzarlos a tomar agua: “…no hay para ellos mayor tormento que compelerlos a que la beban (castigo que les suelen dar los españoles y siéntenlo ellos más que azotes).” (1956 II: 21); esta tradición arraigada a través de milenios y que sobrevive en muchas localidades del Perú y América, tiene un sustento cultural que es substancialmente el preservar la salud. Según Antúnez de Mayolo (1981:89): “El motivo principal de su alto consumo fue evitar enfermedades y parasitosis transmitidas con el agua”. Sin embargo, más allá de la salubridad, la chicha fue por excelencia alimento, pan líquido -el paralelo a la preparación de tortillas de maíz en Mesoamérica-, bebida sagrada, eje de la ceremonia y la vida diaria. Su preparación y libación conducían el mito y el ritual; como en el Viejo Mundo el vino, la chicha representaba el fluido vital, fruto de la tierra, el maíz y el trabajo de la comunidad, vínculo entre cosmos y pueblos, metáfora de la sangre ofrendada a los dioses.

Complejos procesos constituyeron el sustento de las sociedades del Perú antiguo, y se realizaron gracias a la interacción permanente de los pueblos de costa, sierra y selva; los recursos de subsistencia legados por los ancestros constituían su verdadera riqueza y herencia. Esta noción fue sagrada y celebrada como principio de la ideología religiosa. Hoy los productos domesticados por los antiguos se integran a la alimentación mundial y son la más valiosa contribución de nuestra cultura.

En el epílogo le resulta triste a este poeta vestido de arqueólogo: subir al Apu sagrado, voltear y contemplar sobre el otrora valle de diversidad, con rojos y amarillos maíces secándose al pie de los templos, intercambiados por oro y Spondylus, verdes y moradas harinas de tubérculos subían y bajaban de costa a sierra, yucas, loches, cansabocas, guanábanas, tumbos y maracuyás, por papas, ocas, quinua, granadillas, papayas y piñas… ahora arrasado por la caña de azúcar, devoradora de la fecundidad de la tierra. Impasibles las ciudades saborean la edulcorada crueldad que carga el tercer mundo, empeñados nuestros campos que parieron la mejor cosecha de la tierra. Según Eduardo Galeano, el azúcar después de la mina fue y es la vena abierta por donde se desangra el mayor legado de nuestra humanidad, trocada nuestra magnífica agricultura por el desarraigo y la pobreza sin independencia alimentaria.

NACHO ALVA