LA VOZ DEL AGUA : respetando el principio femenino

El agua hace posible la existencia sobre el planeta, al igual que el aire, el sol, la tierra y el fuego.

15 Diciembre, 2016

El agua hace posible la existencia sobre el planeta, al igual que el aire, el sol, la tierra y el fuego. Nuestros destinos no están separados de estos elementos. No podemos dejar de respirar o de beber agua. Cuando inhalamos aire sano y bebemos agua limpia, cada una de nuestras células nos lo agradece. En cambio, la contaminación envenena nuestro organismo.

Por mucho tiempo, las ciencias occidentales han hecho la distinción entre cultura y naturaleza. Pero lo cierto es que los humanos somos naturaleza; destruir la naturaleza es destruirnos a nosotros mismos, un acto de incultura desmesurada. No somos seres independientes del resto de la creación. Garantizar el vigor y la salud de lo que nos sustenta y procurar conservarlo para las siguientes generaciones, es nuestra responsabilidad.

El agua es símbolo de amor incondicional. Da de sí misma sin hacer distinciones. De un mismo río puede beber el santo y el criminal. El agua, además, es flexible, se adapta y cambia. Cuando el río, en su curso, encuentra un terreno duro, no persiste en él; busca las zonas bajas del valle y forma un meandro, para seguir sin oposición su camino hacia el océano. No lucha ni se impone, pero cumple su propósito.

El agua no deja de transformarse. Cuando se evapora, asciende al cielo y se condensa en nubes. El frío del invierno la cristaliza en nieve y hielo; en la primavera, el hielo se derrite y surgen los arroyos. La naturaleza del agua es doble: en forma de lluvia o río, riega la tierra y la preña, por lo que es fuerza masculina; al acoger en su seno la vida de los peces y de otros organismo, el agua es femenina. Siendo femenino y masculino, el agua trasciende la dualidad.

Cuando somos aún un feto en el vientre materno, las aguas uterinas nos brindan un abrazo cálido y protector. La vida tuvo su origen en el agua. Nuestro cuerpo, que percibimos sólido, es en gran medida líquido. Los pueblos que han sabido observar a la naturaleza para crecer en su espiritualidad, han obtenido lecciones vitales del agua.

Floyd “Red Crow” Westerman, un indígena de la nación Lakota, de los Estados Unidos, solía decir: “Cuando los europeos llegaron a nuestro territorio, podíamos beber de todos los ríos. Si los europeos hubieran aprendido a vivir de la manera indígena, todavía podríamos hacerlo. El agua es sagrada para nosotros”. El pensamiento moderno no sabe respetar la existencia del resto de seres vivos. Percibe el agua como un mero recursos para sus fines. Los sabios indígenas, en cambio, hablaban con el agua, la escuchaban con respeto y le agradecían.

Según las naciones indígenas de Norte América, el agua y la tierra tienen especial relación con las mujeres. ¿Es casualidad que una civilización que no ha sabido respetar a la mujer, que la ha dominado y acallado durante siglos, tampoco ha sabido cuidar del agua y de la tierra? La civilización ha querido someter la totalidad de la creación a sus fines egoístas, caprichosos, angurrientos. ¿Hemos llevado esta insolencia inmadura a un punto sin retorno? Es necesario realizar cambios hondos en nuestros comportamientos.

Ha llegado el momento de volver a respetar y escuchar con atención la voz femenina. Pero, como una maestra indígena de Norteamérica me aseguró, primero las mismas mujeres deben re-aprender a escuchar su propia voz. En todos los ámbitos de la vida, hombres y mujeres deben complementarse y respetar sus diferencias. Los hombres tienen una responsabilidad hacia las mujeres; hay que saber cuidarlas y tratarlas de forma adecuada, hay que acompañarlas en su gestación y compartir la educación afectuosa de los hijos.

No hay mujer más ligada a la naturaleza que la indígena. El color de su piel es el del barro fecundo y su tersura, la de la tierra cocida a fuego, con la perfección de la cerámica pulida. La forma de sus senos expresan el amor infinito de la tierra nutriente. Son cántaros de los que fluye vida. Sus dientes son semejantes a los de las mazorcas. Sus pómulos y ojos rasgados nos hablan silenciosos sobre los tiempos primeros, y todo lo que hemos abandonado por perseguir la ilusión de un progreso que nos aleja de nosotros mismos. Sus caderas aún conservan la fuerza para poder parir solas, para dar vida por cuenta propia.

El canto de la mujer indígena es semejante al de las aves silvestres, a veces alegre, danzante, juguetón y de altura; y otras, de una tristeza insostenible. No hay mayor tristeza para la mujer indígena que no vivir junto a sus hijos y separarse de su marido. La mujer indígena apegada a sus tradiciones se realiza en el servicio y la hospitalidad, en el compartir generoso, en el parto y la crianza, en la creación y el cuidado de los vínculos de afecto. La ternura vegetal de su risa y la profundidad de sus lágrimas son la expresión más cabal de una humanidad aún enraizada al drama cósmico de nacer y morir, de morir y renovarse. La vida telúrica, sin matices, sin artificios, desnuda.

La sociedad occidental, sin embargo, no ha sabido encontrar belleza en las mujeres indígenas. Los conquistadores españoles las violaron y los ingleses las mataron. El pensamiento moderno no puede ver la belleza de la mujer indígena porque no sabe amar a la tierra y agradecer el sustento que nos brinda. No hay mujer más despreciada por los grupos dominantes que la indígena. Pero tampoco la hay más fuerte, más humilde y protectora; ni nadie como ella puede inculcar a los hijos superior respeto hacia toda forma de vida. Una sociedad que no ama el principio femenino camina hacia su destrucción.

Las mujeres eran respetadas por las antiguas naciones de Norte América. Algunos sabios aseguran que la fuerza que tiene la mujer para dar vida es mucho más poderosa que la capacidad del hombre para asesinar. Los Mohawk, por ejemplo, son un pueblo conocido, desde antiguo, por ser bravos guerreros. Sin embargo, el Consejo principal de los Mohawk está formado por mujeres ancianas, quienes toman las decisiones finales sobre las acciones que llevará a cabo la comunidad. Ellas tienen la última palabra.

Josephine Mandamin es una anciana de la nación Ojibway. Ella organizó una caminata femenina alrededor de los cinco grandes lagos, en la frontera entre Canadá y los Estados Unidos. Afirma que los lagos son “poderosos y puros. Tienen todo lo que necesitamos para sobrevivir. Tenemos la responsabilidad de cuidarlos para las siguientes generaciones”. En el camino encontraron restos arqueológicos dejados por sus ancestros. Esto fue para las mujeres signo innegable de que sus antepasados habían andado esos mismos caminos; y que dejaron un mensaje para que en el futuro sus descendientes protegieran el agua. Dice Mandamin que “así también pensamos nosotros en las generaciones que vendrán. Y esas generaciones sabrán que hubieron abuelas caminando alrededor de esos lagos, conversando con sus espíritus”.

. Las aguas del mundo se están volviendo cada vez más ácidas, haciéndolas entornos menos propicios para la vida. La pesca industrial pone en riesgo la continuidad de muchas especies. La nieve de las montañas está retrocediendo, preocupando tanto a los científicos como a los agricultores. Si la nieve desaparece, ¿de qué fuentes se alimentarán los ríos? Y si los ríos se secan, no habrá cómo nutrir la vida de los vegetales, de los animales y de los humanos. Además, como los mismos suelos que filtran el agua están contaminados, incluso los manantiales y las aguas subterráneas se envenenan. Y debido a que el aire también está corrompido, el agua de lluvia se contamina.

Muchos pueblos indígenas de Norteamérica consideran que las mujeres son guardianes del agua. Mandamin afirma: “realmente debemos pensar, y especialmente nosotras las mujeres, en el significado de los lagos, de las lluvias y de los ríos. El agua da vida y debemos honrarla igual que a la madre tierra, porque ella cuida de nosotros. Porque el agua realmente está sufriendo por nosotros, que somos sus hijos. Por eso nosotros creemos que debemos luchar por la tierra y el agua, pues dan su vida por nosotros… Yo le rezo al agua y a la tierra para que me enseñen qué puedo hacer para cuidarlas. Podemos hablar con el agua porque ella está viva. Muchas mujeres no saben cómo honrar el agua, cómo hablarle y respetarla, dar gracias por tenerla. Para las mujeres, honrar el agua es cuidarse a ellas mismas, respetarse a sí mismas”.

Muchas personas suelen experimentar una gran dificultad para escuchar su ser interior. El vértigo urbano y los constantes afanes distancian al ser humano de su propia interioridad. Conviene volver a la sabiduría sencilla y clara de los antiguos, y ponerla en práctica. La tierra americana ha compartido sus riquezas materiales con el mundo, pero pocos han escuchado a sus antiguos pobladores. Ahora, cuando la crisis de la modernidad es evidente, tenemos la oportunidad de oír los conocimientos ancestrales para curar nuestra falta de respeto a la existencia.

Los primeros colonos que llegaron a Norte América no entendían el territorio que tenían frente suyo. Los indígenas les enseñaron qué plantas y animales eran buenos para ser comidos y cuáles vegetales eran venenosos. Los alimentaron cuando morían de hambre. Les enseñaron como sobrevivir al invierno y sus crudezas. Desde entonces, recordando que los indígenas compartieron sus alimentos, se celebra una de las festividades más importantes de Norte América: el día de acción de gracias. Sin embargo, los gobiernos del continente han hecho todo lo posible para destruir a estos pueblos y erradicar sus conocimientos.

Una vez escuché decir a una mujer indígena de Estados Unidos: “Todos los días debemos dar gracias a la tierra, a las aves, a los animales, al agua, al sol, a los espíritus, al Creador, por habernos dado la vida. Debemos rezar y tener buenos pensamientos. Cuando se consigue la comida, cuando se la prepara, cuando se la sirve, cuando se la come, hay que sentir ese agradecimiento”. La vida es un hecho milagroso; y la tierra es un planeta hermoso. Pero este milagro de la existencia es también algo frágil, precario, que debemos cuidar con sabiduría y generosidad, con agradecimiento y alegría.

PEDRO FAVARON